Desde su juventud, uno de los grandes deseos apostólicos del padre
Leopoldo era volver a su patria, predicar entre su pueblo y trabajar por
la unión de las iglesias de Oriente y Occidente, un gran sueño que no
pudo realizar ya que sus superiores, teniendo en cuenta su frágil salud
(frecuentes trastornos gástricos, mala vista, artritis reumatoide
y problemas de dicción, entre otros problemas) no le permitieron acudir
a misiones. A pesar de todo, el deseo de la unión de todos los
cristianos estaría permanentemente en su oración y sus intenciones hasta
el momento de su muerte.
En Padua, sus superiores le encargan el ministerio de dedicarse a la
confesión, lo cual acepta obedientemente. Escribirá después: «Toda alma
que vaya en busca de mi ministerio será entonces "mi Oriente"». Se
dedica con ahínco a la tarea, atendiendo a quien viniera, a cualquier
hora del día. A pesar de tener un carácter fuerte y un poco irritable,
se dominaba muy bien a la hora de ejercer su ministerio, incluso sus
hermanos a veces le acusaban de ser demasiado compasivo y permisivo con
los penitentes. El padre Leopoldo en efecto era culto y agudo,
comprensivo y empático con todos quienes acudían donde él, tratando a la
gente con gran sensibilidad. Diariamente todo tipo de personas de Padua
y sus cercanías acudían para recibir consuelo y consejo espiritual.
Sentía además gran predilección por las obras para favorecer a las
madres y los niños, de modo que en favor de los niños huérfanos inspiró a
una maestra de Rovigo
que instituyese «pequeñas casas» para ellos. También fue un gran
defensor de la vida y la familia. Hablando con médicos les decía: «El
derecho a nacer y a la vida es sagrado e inviolable y por eso no sólo
hay culpa, sino maldición y condena inexorable para los que a él se
oponen; ninguna finalidad médica, eugenética, social, moral, económica
puede servir de justificación para tal supresión». Igualmente inflexible
se mantenía ante los maridos violentos con sus esposas o los infieles.
Lo manifestaba él mismo: «Cuando se me presentan maridos de esta índole,
los pongo entre la espada y la pared, delante de su responsabilidad».
Añadía para los que traicionan la fidelidad conyugal que «la mayor de
las traiciones del mundo es traicionar el afecto».
Cultivó una profunda devoción a la Virgen María,
a quien se refería como “mi patrona bendita”. Rezaba el rosario
frecuentemente y celebraba la misa diariamente en el altar dedicado a
ella. Después de eso solía visitar a los enfermos que estaban en
hospederías, hospitales y hogares de Padua. También visitaba la
enfermería capuchina para confortar a los frailes enfermos, brindándoles
palabras de ánimo y ayudándoles a mantener la fe.
Fray Leopoldo presentó un cáncer de esófago que le llevó a la muerte a
la edad de 76 años, falleciendo el 30 de julio de 1942, preparándose
para la misa.
Pablo VI lo beatificó el 2 de mayo de 1976 y fue canonizado por Juan Pablo II el 16 de octubre de 1983.
El profesor Ezio Franceschini, de la Universidad Católica de Milán,
sintetizó el servicio del padre Leopoldo al presentarlo «encerrado en
una celdilla de escasos metros cuadrados, sin preocuparse de sus
achaques, ni del frío, del calor, del cansancio, del interminable
desfilar de las personas que acudían a sus pies con el peso de sus
culpas, de sus penas, de sus necesidades... Confesando durante diez,
doce horas al día, con paciencia, con bondad, con atención siempre viva,
encontrando las palabras apropiadas para cada uno. Todo esto sin
interrupción ni reposo, ni siquiera en los días anteriores a su muerte.
Tener cada día nueva sed de almas; hacer llegar a las conciencias la luz
de Dios; transformar la propia vida en una donación de sí y en una
donación de Dios. Y todo con sencillez, con serenidad. Esta es la vida
del padre Leopoldo».
== Frases =="La mayor traicion del mundo es traicionar al que te tiene afecto"
“Algunos dicen que soy demasiado bueno, pero si usted viene y se
arrodilla delante de mí, ¿no es suficiente prueba de que usted implora
el perdón de Dios? La misericordia de Dios sobrepasa todas las
expectativas”
«Esté tranquilo, póngalo todo sobre mis espaldas, asumo yo la responsabilidad».
«¡Pongo poca penitencia a los que se confiesan porque lo demás lo hago yo!»
«Hemos de vencer siempre con la caridad»
«Escondámoslo todo, incluso aquello que puede tener apariencia de don
de Dios en nosotros a fin de que no se haga mercado de ello. ¡A Dios
solamente el honor y la gloria! Si fuera posible, deberíamos pasar por
la tierra como una sombra que no deja vestigio de sí».
«Tengo que estar siempre dispuesto a trabajar. Hemos nacido para la fatiga y tendremos el descanso en el paraíso».
« Un sacerdote debe morir de fatigas apostólicas; no existe otra muerte digna de un sacerdote».
El 5 de enero de 2016 fueron llevados sus restos junto a los restos de San Pio de Pietrancina a la Basílica de San Pedro por el AÑO SANTO DE LA MISERICORDIA.
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